La idea era simple: fabricar una bomba nuclear con miras a situar a la Unión Soviética por delante de los Estados Unidos en la carrera armamentista nuclear.
El objetivo era asustar al resto del mundo para que se sometiera, para que temieran el poder de la Unión Soviética. Pero la realidad de la Bomba del Zar fue mucho más devastadora de lo que nadie imaginaba.
La Bomba del Zar, bomba Emperador o El Emperador de las bombas (en ruso: Царь-бомба, Tsar Bomba) tenía más de 7 metros de largo y pesaba casi 30 toneladas. Tenía una forma similar a las bombas ‘Little Boy‘ y ‘Fat Man‘ que los Estados Unidos habían usado para devastar Hiroshima y Nagasaki quince años antes, pero hasta ahí llegaban las similitudes.
Era demasiado grande para caber incluso dentro del avión soviético más grande y tendría que montarse especialmente en uno para llevarlo a su lugar de lanzamiento.
El Tupolev Tu-95, un gran avión militar diseñado para transportar explosivos, fue el bombardero seleccionado para llevar la Bomba del Zar a su destino: el archipiélago escasamente poblado de Nueva Zembla, en el Mar de Barents, al norte de Escandinavia y al noroeste de la Unión Soviética.
Un bombardero Tu-16 modificado volaría al lado del Tupolev, listo para monitorear muestras de aire y filmar la explosión. Para dar a los aviones la oportunidad de sobrevivir, la Bomba del Zar se lanzaría desde un paracaídas, que descendería hasta una altura predeterminada antes de detonar.
Con suerte, para entonces, los dos aviones estarían a casi 50 kilómetros de distancia, momento en el que sus posibilidades de supervivencia serían máximas: solo un 50 por ciento.
Todo salió según lo planeado hasta que se lanzó la bomba.
El 30 de octubre de 1961, a las 11:32 hora de Moscú, la Bomba del Zar detonó, creando una bola de fuego de 8 kilómetros de ancho y que podía verse desde 1000 kilómetros de distancia. La nube en forma de hongo resultante tenía 65 kilómetros de altura y se extendía algo más de 100 kilómetros de punta a punta.
La energía liberada fue equivalente a la detonación de 57 millones de toneladas de TNT, más que Hiroshima y Nagasaki juntas, y diez veces más poderosa que todas las municiones gastadas durante la Segunda Guerra Mundial juntas. La onda expansiva orbitó la tierra tres veces.
El pueblo de Severny en Nueva Zembla, a 55 kilómetros del lugar de la explosión, quedó completamente devastado. Incluso los pueblos dentro de los 160 kilómetros de la explosión sintieron el daño e informaron el derrumbe de muchas casas por la detonación de la bomba nuclear más poderosa de la historia. La comunicación por radio se interrumpió durante más de una hora.
El Tupolev apenas pudo sobrevivir. La onda expansiva hizo que el avión gigante descendiera más de 1000 metros antes de que el piloto pudiera recuperar el control.
La Unión Soviética recibió la condena internacional de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Suecia, y fue solo después de esto que se reveló la verdad. Se agregó un pequeño cambio en el diseño para atenuar el daño que infligiría la Bomba del Zar: se suponía que tenía el doble de poder.
A pesar de la destrucción que causó, se obtuvieron algunas cosas menos negativas de la detonación. Debido a que la bola de fuego detonó en el aire, en lugar de hacer contacto con la Tierra, se produjo una cantidad sorprendentemente baja de radiación.
El tamaño y peso de esta bomba nuclear limitó el alcance y la velocidad máxima que podía alcanzar el avión encargado de transportarla, e impedía su incorporación en un misil balístico intercontinental. Gran parte de su potencia —en términos destructivos— era radiada de manera ineficiente hacia el espacio. Por esto, la Bomba del Zar se consideró una muy potente pero ineficaz arma de guerra.
El arquitecto detrás del plan, Andrei Sajarov, incluso renunció a todas las armas nucleares y dedicó su vida a librar al mundo de ellas. Se dio cuenta de que, si se lanzaba una bomba más grande, no sería repelida de la tierra por su propia onda expansiva, como lo fue la Bomba del Zar, y causaría una devastación global.